10/5/09

EL ATESTADO

Antes de que contestase, Adam miró el rostro de la muchacha; pensó que era guapa, con su cara blanda de chiquilla más o menos sana, su pelo color avellana y sobre todo dos gruesos labios muy rojos, sin carmín, que se entreabrían en silencio y hacían brillar en el centro de la cavidad roja de la boca un gota de nácar; ciertamente iba a manar el sonido de su voz de la oquedad de su garganta, y, en cuatro vibraciones de cuerdas vocales agudas, a rematar aquel ligero temblor de las comisuras de los labios, a realizar la última en fecha de las apoteosis humanas, mitad deseo, mitad costumbre.

(Jean Marie Gustave Le Clézio, Le procès-verbal)

3 comentarios:

Soy ficción dijo...

La voz del ser amado es algo casi divino verdad?

Oz Vega dijo...

Coincido con Nausicaa... la voz es unica... destructora y creadora...
Ganial espacio el que tienes

Jota dijo...

Buff... pelín recargado, este texto...

Un abrazo.