Se nos ha dicho que el hombre es el único animal que no sabe nada y que no puede aprender nada sin que se le enseñe. No puede hablar, ni caminar, ni comer ni hacer nada incitado por la naturaleza, excepto llorar.
Durante el transcurso de los siglos nos han enseñado muchas cosas, pero nuestro llanto no disminuyó a medida que aumentaron nuestros conocimientos. Las lágrimas de desaliento, fracaso, frustración, autocompasión, impotencia y temor son tan comunes hoy día como lo fueron cuando Homero se lamentaba diciendo que entre todas las criaturas que respiran sobre la faz de la Tierra y se arrastran sobre ella, no hay en ninguna parte nadie más triste que el hombre.